La historia es inherente a cualquier sociedad o cultura. Es la herencia de nuestro pasado y de las personas y acontecimientos que desempeñaron un papel importante en la conformación de lo que ahora llamamos “nuestra” cultura o sociedad.
La historia se basa en acontecimientos y personajes reales, en hechos y teorías aceptadas. Viene acompañada de pruebas y nunca puede basarse en rumores, mitos o leyendas.
Se utiliza principalmente con fines educativos o informativos y es nuestra manera de entender el pasado y, a través de él, también nuestro presente. Estos conocimientos e información nos ayudan incluso a predecir el futuro.
Pero la historia no es simplemente algo que se basa en hechos. A diferencia de los anales o las crónicas, la historia no sólo establece los hechos de lo que ocurrió exactamente, sino también por qué ocurrió un acontecimiento concreto en primer lugar. Por tanto, no sólo trata del “qué” de los acontecimientos del pasado, sino también del “por qué”. E incluso va más allá al interpretar el significado de lo sucedido. En cierto modo, podríamos decir que la historia añade una cierta narrativa a los hechos desnudos del pasado.
A través de la enseñanza de la historia, las personas adquieren una identidad cultural particular. Es la identidad de nuestro grupo social o nación. Es lo que entendemos que nos hace ser quienes somos y que nos define como grupo social cohesionado.
Sin embargo, como la historia puede interpretarse de distintas maneras, también puede alterarse o reescribirse por completo. Al transmitir sólo una parte de los hechos o sólo un lado de la historia, se altera la historia.
Y esto puede ser muy peligroso, tanto para nuestra propia sociedad como para las demás, y más aún para la cohesión entre ambas.
En nuestros Shared (Hi)stories, encontrarás varias historias cortas sobre acontecimientos culturales y personas, y sobre cómo cada parte de la historia tiene siempre distintas caras.